Es bastante largo, porque no solo me he limitado a escribir lo que os interesaría leer a vosotros, sino que he escrito todo lo que vivió una de las personas de las 33 que fuimos(contando con los profesores).
Fuimos 33 personas, y vinimos con 33 visiones únicas y diferentes a las del resto. Yo aquí os dejaré que conozcáis la de una.
Dormí bien esa noche, los nervios no pudieron conmigo, y aquello empezó a sonarme raro. Acorté mi ducha a media hora, y me puse a terminar de meter trastos en la maleta y la mochila. Llegué la antepenúltima al bus, cuando yo llegué ya había un montón de madres y de niños esperando para irse, y el bus también estaba. Empecé a ver el panorama y a arrepentirme de haber decidido ir; pero la sensación no me duró más de hora y media. A la altura de Estepa paramos para desayunar, aunque yo ya había desayunado, y aún así tenía hambre, pero preferí no comer. Estuvimos allí un buen rato y estuve hablando por teléfono con mi madre para saber qué tal estaba. Después el bus volvió a irse y pasadas unas horas llegamos a Málaga. Ahí empecé a odiar y temer el momento de pesar la maleta, aunque ya la había pesado en casa y no sobrepasaba los diez kg's. Despachamos las maletas, y entre hacer el ganso y sacar banderas de equipos de fútbol en pleno aeropuerto y un par de fotos, nos vimos obligados a comer allí porque el avión llevaba una hora y media de retraso.
Yo prefería ir sobre seguro y comprar sándwiches en Starbucks a comer en Burger King y quedarme con hambre y tirar dinero ya que no me gusta la comida, pero cuando lo compré me fui a Burger King a comérmelo allí porque la gente con la que iba quería comer allí. En el aeropuerto tuve mi primera impresión con eso del idioma, a pesar de que siguiera en España, y pensé que el resto iría a ser una catástrofe; pero me equivocaba.
Pasado toda esa chorrada de tiempo, nos dieron los asientos y la hora del vuelo, y mi clase se convirtió en un júbilo de gente preguntando qué números tenía cada uno.
Yo ya iba a la defensiva porque sabía que me iba a tocar hacer de psicóloga con alguno que no había montado nunca en avión e intenté sonar lo más convincente posible en eso de que íbamos a llegar enteros. A mí me tocó ir con Félix y con Josan, pero esa era la teoría, en la práctica no fue así.
Mientras esperábamos para subir y no al avión, nos fuimos a la zona en la que despegan y aterrizan los aviones, y me dio miedo estar allí.
Me daba miedo pensar que a cualquier momento podía pasar cualquier cosa y que yo estaba tras ese cristal para divisarlo todo en primera fila.
Cuando entramos al avión todos saludamos en español, y para nuestra sorpresa, nadie hablaba español.
Nos empezamos a abrochar cinturones y bla bla bla y yo estaba cagada, aunque aparentemente estuviera tranquila, tardó muchísimo en despegar, más de lo que yo me imaginaba que tardaría, y empecé a ponerme más nerviosa aún. Cuando arrancaron motores y todo ese rollo empezó a oler a quemado, para hacer más inri a mi miedo inoportuno que yo en el fondo sabía que no tenía. Para ir para allá me tocó el 35B, que era al final de la cola, y en medio. Cuando por fin despegamos me puse más atacada aún y no pude hacer otra cosa que no fuera estirar el brazo y apretar la mano a Josan, que no quitó mi mano de la suya. Cuando ascendimos y ya habíamos cogido estabilidad y todas esas cosas normales, Félix se fue de su sitio, y su sitio lo ocupó Óscar. El viaje se me hizo eterno, pero bastante ameno. Y le fui dejando de tener miedo a eso de encender el móvil y escuché música y todo.
El vuelo transcurrió entre fotos, canciones, gente dormida, y un par de ofensas por parte de Josan(ofensas insignificantes que yo me tomé muy a pecho por el trasfondo que tenían, y tienen); yo le llamé Blanquito porque me suena horrible eso de Josan, no le pega. Y él, vio mis tobillos, y se dio cuenta de que no tengo el tobillo hacia fuera, como la mayoría de los mortales, sino que tengo un bulto, y más abajo un hueso casi imperceptible. Y a partir de ahí empezó a preguntarme si de pequeña había estado gordita para tenerlos así, y esa fue la gracia de todo el tiempo que pasé de viaje, porque no hizo más que dar la lata con ello(aunque parece que vio que me dolió e intentó arreglarlo). Cuando el avión aterrizó estábamos impacientes, no veíamos el momento de bajarnos, momento que tardó como unos 20 minutos, por cierto.
Al bajar tuvimos que volver a dar los pasaportes y empecé a socializar con gente de allí, que en un principio me entendían. Cuando todos dimos los pasaportes nos fuimos a por las maletas, y para nuestra sorpresa la mayoría venían rotas, sucias, o sin ruedas.
Estuvimos esperando a que Pepe(profesor)pusiera la reclamación de la rueda de su maleta, y mientras estuve divisando el terreno.
Recuerdo que el primer chico con el que tuve contacto visual detallado allí fue un chico alto moreno y con ojos verdes, y después de sonreírle al chico y de no obtener una sonrisa como respuesta, recuerdo que me fijé en unas cabinas de teléfono, y vi que en vez de ser rojas como las pintan, eran negras. Me decepcioné y omití la foto, aunque algunos sí que la quisieron, y le pidieron a unas chicas que se la hiciera, y para su sorpresa las chicas se fueron riéndose y les dijeron que aprendieran a hablar inglés, que su inglés era muy malo; no me alegré, pero, cada uno tiene lo que se merece, ¿no?
Cuando Pepe terminó de reclamar lo de la rueda fuimos a buscar el bus, y el chófer súper amable había bajado del bus para meter nuestras maletas en el maletero, cosa que en España nunca veré.
Lo primero que me llamó la atención de allí fue lo de los coches, eso de que tengan la dirección en el sitio contrario a nosotros.
En cuanto salimos del aeropuerto empecé a ver prados y prados y alguna que otra casita rural, a lo película, y en ese momento supe que no iba a ser la última vez que pisara aquella tierra.
A medida que íbamos avanzando e íbamos viendo granjas y prados, empezaron a aparecer también vacas. Pero incluso las vacas me parecieron diferentes a las de España, y me reí de mi pensamiento tonto. Pero, en serio, eran las típicas vaquitas de los anuncios de Milka, ni muy gordas, ni muy delgadas, y encima con manchitas negras, manchitas que parecía que habían colocado a consciencia justo en el sitio clave para que parecieran de Milka. Ni qué decir tiene que me enamoré de todo lo nombrado, y empecé a hacer fotos a todo.
El trayecto de aeropuerto-hotel
era de una hora y media larga, si mal no recuerdo, así que en ese tiempo pude hacer muchas fotos, incluso conseguí selfies con personas a las que no les gustan las fotos.
El bus nos dejó justo delante de la puerta de nuestro hotel; London City Hotel.
La primera impresión del hotel fue mala, no me gustaba la calle(cosa que pensé que se me pasaría, pero no fue así), y tampoco me inspiraba mucha confianza la fachada de hotel; pero me dejé llevar por mis emociones y corrí autobús abajo a esperar tranquila
y pasivamente que alguien bajase mi maleta del maletero.
Ese alguien no tardó mucho, y esta vez, ese alguien fue Óscar.
Cuando todo el mundo bajó su maleta entramos al hotel. Las puertas eran de estas de supermecado, ¿automáticas? Sí, creo que se llaman así. Al entrar todos los de recepción nos saludaron, en inglés, por supuesto, y pasados unos minutos nos dieron las llaves de nuestras respectivas habitaciones.
La mía estaba en la primera planta, y era la 111.
Los ascensores, que había dos, uno era para ocho personas, y otro para tan solo 4, que era el que nos pillaba más cerca de donde estábamos. Y, adivinad... Nos subimos seis personas en un ascensor de 4; los profesores empezaron a echarnos la bronca, pero ya era tarde, y tras unas cuantas sacudidas y movimientos bruscos del ascensor, llegamos a nuestra planta.
Me di cuenta de que la puerta de lo que se suponía que era nuestra habitación, tenía una plaquita muy bien decorada en la que había inscritos dos números: 111 y 109, y ese hecho empezó a darme que pensar, al menos los segundos que tardaron las demás en girar el pomo de la puerta para abrir.
Cuando abrieron la puerta vimos que había una habitación contigua a la nuestra, pero no le dimos mucha importancia.
Cuando abrieron la puerta de nuestra habitación nos topamos con cinco camas mal posicionadas, pero aún así de forma atrayente, y con un ventanal que ocupaba al menos la mitad de la pared. Mi primera idea fue elegir alguna de las que estaba abajo, pero mi mente se adelantó y me hizo pensar lo típico de las películas: ¿y si entra alguien? ¿y si les da por dejarla abierta y paso frío? Y ya no me dio tiempo a pensar más, porque empezaron a elegir camas; al final me quedé con la del medio, es decir, la más cercana a la ventana, pero no de las que estaban debajo de ella.
Estuvimos husmeando un poco el cuarto y el baño, muy desaliñado, por cierto, y dejamos las maletas allí.
Cuando salimos del hotel estábamos la mitad muertos de cansancio y de sueño, y acabamos moviéndonos por emociones(y así nos salió).
Los que salieron más deprisa se fueron a la entrada del hotel, y como todavía faltaban los profesores por bajar, los demás nos unimos a ellos y esperamos fuera también. Recuerdo que estábamos la mayoría de nosotros abajo, y pasaron dos chicos mal vestidos y con gorras al lado y pantalones cagaos', y una chica no tuvo nada mejor que decir: mirad, estos parecen los chunguitos del barrio. Y vale que no la entendieron, pero al decir eso, las 20 personas restantes exceptuándola a ella nos quedamos mirándolos, y de la nada esos chicos se giraron hacia nosotros y nos provocaron a acercarnos a ellos para que nos pegaran, a la misma vez que nos decían 'fuck you' y más insultos que no entendíamos... Se llevaron así unos cuantos minutos, y la tensión se cortaba con un cuchillo, pero al recordarlo después nos reíamos. Cuando los profesores bien creyeron oportuno aparecieron, y no sé dónde fuimos, sinceramente, estaba aturdida de todo el viaje y de estar allí y demasiado incrédula viéndolo todo que ni me lo creía.
Solo sé que cogimos la calle del hotel en línea recta, y empezamos a callejear.
Pasamos por unos maceteros gigantes de los que me quedé prendada e hice dos fotos, y también por una iglesia o algo así, importante también, e hice otra foto, a prisas, por supuesto, porque todo el grupo no iba a esperar a cuatro personas que quisieran sacarse una foto...
Después de callejear un rato acabamos llegando a una explanada gigante con banquitos y mapitas por todos lados, y en la que a lo lejos se veía una de las torres del puente de Londres, o Tower Bridge.
Mi clase decidió bajar al embarcadero de esa explanada, justo al lado del río Támesis, pero era tarde, y estaba muerta, así que decidí quedarme con un amigo y una amiga y nos fuimos a sentarnos a un banco en el que a lo lejos se veía perfectamente el puente, y mientras mi clase veía el embarcadero, yo y estos dos hacíamos fotos.
Detrás del banco había un hotel lujoso, del que caía agua de la pared: era de noche, apenas había gente, todo estaba en calma y en silencio, solo oíamos el rumor del agua caer y nuestra conversación, y solo veíamos las luces del puente y de esa pared de la que caía agua; ese, ese, por el momento, es mi rincón favorito de Londres.
Tal vez fuera por lo mágico del primer día, por el cansancio y la tensión acumulados, pero me llegué a sentir totalmente en calma conmigo misma, como si hubiera vuelto a nacer por un momento. Y fue genial.
Cuando el resto de la clase volvió nos llevaron a un restaurante en una calle céntrica: el restaurante era un óvalo de luces, y con cristales transparentes. Era un restaurante italiano, y como italiano que era... ¡Pedimos pizza!
Lo cierto es que a mis compañeros de mesa se les fue un poco la pinza con el tamaño, y nos encontramos con el tamaño de una pizza familiar para cada uno... O sea, seis pizzas familiares...
(aquí las impactantes fotos de las pizzas). |
Tal como lo pensé hice el comentario, y creo que tenía tan mala cara que me ofrecieron un móvil y me obligaron a llamar. En cuanto llamé me lo cogió mi madre, y nada más escucharla no pude reaccionar de otra manera que no fuera pedir disculpas en bucle y hacer pucheritos.
Y era cierto, lo sentía en serio, no puedo imaginarme la idea de dejar viajar a un hijo mío y que me diga que me va a llamar en cuanto llegue y no obtener llamada suya en todo el día...
Pero tampoco era culpa mía, no podía haber hecho otra cosa...
Estuvimos hablando seis minutos y medio, y en esos seis minutos y medio mi estrés y mi tensión se vieron obligados a salir, y plof, empecé a llorar en una mesa llena de gente.
De gente que nunca me había visto llorar. Y de gente que sorprendentemente no paraba de ofrecerme pañuelos y de murmurarme que era muy bonito eso que me estaba pasando.
Cuando colgué, al poco tiempo llegaron las pizzas, y empezamos a comer, mientras, ellos mantenían una conversación en la que yo no participaba, pero me reía, sí, porque, eran personas que yo conocía, quisiera o no aceptarlo, y jodido destino, que me había llevado otra vez a ellas después de tantas veces decir 'de este agua no volveré a beber'.
Seguro que en vuestros respectivos cursos no falta la típica persona espabiladilla que quiere ser diferente al resto, ¿a que no? Pues en mi curso tampoco, y hubo la típica graciosilla a la que no le gustaban ni la pasta, ni la pizza, y era un restaurante italiano...
A los profesores les dio pena y decidieron ir a buscar un Burger King, pero habían como cinco personas que nos negábamos a recorrer Londres solo porque a una persona le diera por hacer la gracia, así que un profesor se vino con nosotros y nos fuimos en metro hasta el hotel. Mi primera experiencia en metro allí fue alocada. Los metros allí suelen cerrar a las doce, e íbamos con la hora en el culo, y para todos nosotros excepto para el profesor, era la primera vez que nos subíamos a un metro que no fuera de España.
En el metro estuvimos creo que tres paradas dentro, y luego, al salir, en un semáforo muy cercano al hotel, vimos cómo llegaban el resto de nuestros compañeros y profesores.
Después de eso nos fuimos al hotel, cada uno a su habitación, y poco tiempo después ya la empezaron a liar. Y digo empezaron, porque soy una persona tan sumamente tranquila que ni en los viajes de fin de curso la lía.
Me puse a cargar el móvil, y mientras fui a la habitación más cercana que teníamos, sin contar la 109, qué, adivinad, pertenecía a dos profesores.
Estuve inspeccionando la habitación 113 y vi que era mucho más amplia que la que nos había tocado a mis compañeras y a mí, y me fijé en que alguno de mis amigos ya había puesto la bandera de un equipo de fútbol en la pared. No estuve mucho tiempo allí, porque me echaron, no literalmente, pero la acción que tuvo un amigo conmigo no me gustó, y decidí irme. Esa noche sé que pasó algo con unas habitaciones, en plan, que mis compañeros estuvieron llamando a todas las puertas de las habitaciones del hotel para encontrarnos al resto de compañeros, y que dos parejas fueron a quejarse a recepción y un chino empezó a perseguir a los de mi curso por el pasillo y diciéndoles que no corrieran, pero eso son todo cosas que me han contado; yo en esos momentos aún no creía estar a kilómetros de mi casa, y seguía fantaseando(despierta o dormida, no lo sé)sobre ello.
Está muy guay que lo estés pasando muy bien en el viaje. La verdad es que Londres es mágico así que, ¡aprovéchalo!.
ResponderEliminarBuen post!
Un besote!^^
¡Hola! Parece que el primer día no fue tan bueno... Aunque te divertiste, que al fin y al cabo es lo que importa.
ResponderEliminarBesos.
Me ha encantado leer y más por recordar mi primer viaje a Londres y por la ilusión de que en poco estaré de nuevo allí. Los viajes de fin de curso siempre son igual, creo que el mio fue muy similar al tuyo, pero al final solo quedan fotos y recuerdos de todo lo bueno pasado.
ResponderEliminarEspero ansiosa tu siguiente post, dónde seguro que nos contarás muchas más cosas sobre esa ciudad que tanto despierta como dormida desprende belleza.
Un besito.
Lo del aeropuerto y los aviones me suena tanto de mi viaje a Italia.. Horas muertas.
ResponderEliminarMe encanta este post! Yo voy a londres en 2 dias! Gracias porque ya tengo hasta mas ganas de llegar!! :)) www.diamondsmakesmiles.blogspot.com
ResponderEliminar