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viernes, 30 de mayo de 2014

Diario de viaje - Londres, primer día.

Como os prometí, ya vengo con el diario de viaje de mi primer día en Londres, ¡que mucho me ha costado escribir! ya que cada vez los recuerdos son más espaciados y menos detallistas, ya sabéis, el tiempo, el tiempo tiene la culpa de todo... Por ello, yo, no voy a dejar que el tiempo se coma mis recuerdos, y a parte de dejároslo aquí por escrito, también me lo dejaré escrito a mí misma para tenerlo más a mano cuando quiera recordarlo todo. 
Es bastante largo, porque no solo me he limitado a escribir lo que os interesaría leer a vosotros, sino que he escrito todo lo que vivió una de las personas de las 33 que fuimos(contando con los profesores). 
Fuimos 33 personas, y vinimos con 33 visiones únicas y diferentes a las del resto. Yo aquí os dejaré que conozcáis la de una. 

Dormí bien esa noche, los nervios no pudieron conmigo, y aquello empezó a sonarme raro. Acorté mi ducha a media hora, y me puse a terminar de meter trastos en la maleta y la mochila. Llegué la antepenúltima al bus, cuando yo llegué ya había un montón de madres y de niños esperando para irse, y el bus también estaba. Empecé a ver el panorama y a arrepentirme de haber decidido ir; pero la sensación no me duró más de hora y media. A la altura de Estepa paramos para desayunar, aunque yo ya había desayunado, y aún así tenía hambre, pero preferí no comer. Estuvimos allí un buen rato y estuve hablando por teléfono con mi madre para saber qué tal estaba. Después el bus volvió a irse y pasadas unas horas llegamos a Málaga. Ahí empecé a odiar y temer el momento de pesar la maleta, aunque ya la había pesado en casa y no sobrepasaba los diez kg's. Despachamos las maletas, y entre hacer el ganso y sacar banderas de equipos de fútbol en pleno aeropuerto y un par de fotos, nos vimos obligados a comer allí porque el avión llevaba una hora y media de retraso. 
Yo prefería ir sobre seguro y comprar sándwiches en Starbucks a comer en Burger King y quedarme con hambre y tirar dinero ya que no me gusta la comida, pero cuando lo compré me fui a Burger King a comérmelo allí porque la gente con la que iba quería comer allí. En el aeropuerto tuve mi primera impresión con eso del idioma, a pesar de que siguiera en España, y pensé que el resto iría a ser una catástrofe; pero me equivocaba. 
Pasado toda esa chorrada de tiempo, nos dieron los asientos y la hora del vuelo, y mi clase se convirtió en un júbilo de gente preguntando qué números tenía cada uno. 
Yo ya iba a la defensiva porque sabía que me iba a tocar hacer de psicóloga con alguno que no había montado nunca en avión e intenté sonar lo más convincente posible en eso de que íbamos a llegar enteros. A mí me tocó ir con Félix y con Josan, pero esa era la teoría, en la práctica no fue así.
Mientras esperábamos para subir y no al avión, nos fuimos a la zona en la que despegan y aterrizan los aviones, y me dio miedo estar allí. 
Me daba miedo pensar que a cualquier momento podía pasar cualquier cosa y que yo estaba tras ese cristal para divisarlo todo en primera fila. 
Cuando entramos al avión todos saludamos en español, y para nuestra sorpresa, nadie hablaba español.
Nos empezamos a abrochar cinturones y bla bla bla y yo estaba cagada, aunque aparentemente estuviera tranquila, tardó muchísimo en despegar, más de lo que yo me imaginaba que tardaría, y empecé a ponerme más nerviosa aún. Cuando arrancaron motores y todo ese rollo empezó a oler a quemado, para hacer más inri a mi miedo inoportuno que yo en el fondo sabía que no tenía. Para ir para allá me tocó el 35B, que era al final de la cola, y en medio. Cuando por fin despegamos me puse más atacada aún y no pude hacer otra cosa que no fuera estirar el brazo y apretar la mano a Josan, que no quitó mi mano de la suya. Cuando ascendimos y ya habíamos cogido estabilidad y todas esas cosas normales, Félix se fue de su sitio, y su sitio lo ocupó Óscar. El viaje se me hizo eterno, pero bastante ameno. Y le fui dejando de tener miedo a eso de encender el móvil y escuché música y todo.
El vuelo transcurrió entre fotos, canciones, gente dormida, y un par de ofensas por parte de Josan(ofensas insignificantes que yo me tomé muy a pecho por el trasfondo que tenían, y tienen); yo le llamé Blanquito porque me suena horrible eso de Josan, no le pega. Y él, vio mis tobillos, y se dio cuenta de que no tengo el tobillo hacia fuera, como la mayoría de los mortales, sino que tengo un bulto, y más abajo un hueso casi imperceptible. Y a partir de ahí empezó a preguntarme si de pequeña había estado gordita para tenerlos así, y esa fue la gracia de todo el tiempo que pasé de viaje, porque no hizo más que dar la lata con ello(aunque parece que vio que me dolió e intentó arreglarlo). Cuando el avión aterrizó estábamos impacientes, no veíamos el momento de bajarnos, momento que tardó como unos 20 minutos, por cierto. 
Al bajar tuvimos que volver a dar los pasaportes y empecé a socializar con gente de allí, que en un principio me entendían. Cuando todos dimos los pasaportes nos fuimos a por las maletas, y para nuestra sorpresa la mayoría venían rotas, sucias, o sin ruedas. 
Estuvimos esperando a que Pepe(profesor)pusiera la reclamación de la rueda de su maleta, y mientras estuve divisando el terreno. 
Recuerdo que el primer chico con el que tuve contacto visual detallado allí fue un chico alto moreno y con ojos verdes, y después de sonreírle al chico y de no obtener una sonrisa como respuesta, recuerdo que me fijé en unas cabinas de teléfono, y vi que en vez de ser rojas como las pintan, eran negras. Me decepcioné y omití la foto, aunque algunos sí que la quisieron, y le pidieron a unas chicas que se la hiciera, y para su sorpresa las chicas se fueron riéndose y les dijeron que aprendieran a hablar inglés, que su inglés era muy malo; no me alegré, pero, cada uno tiene lo que se merece, ¿no?
Cuando Pepe terminó de reclamar lo de la rueda fuimos a buscar el bus, y el chófer súper amable había bajado del bus para meter nuestras maletas en el maletero, cosa que en España nunca veré. 
Lo primero que me llamó la atención de allí fue lo de los coches, eso de que tengan la dirección en el sitio contrario a nosotros. 
En cuanto salimos del aeropuerto empecé a ver prados y prados y alguna que otra casita rural, a lo película, y en ese momento supe que no iba a ser la última vez que pisara aquella tierra. 
A medida que íbamos avanzando e íbamos viendo granjas y prados, empezaron a aparecer también vacas. Pero incluso las vacas me parecieron diferentes a las de España, y me reí de mi pensamiento tonto. Pero, en serio, eran las típicas vaquitas de los anuncios de Milka, ni muy gordas, ni muy delgadas, y encima con manchitas negras, manchitas que parecía que habían colocado a consciencia justo en el sitio clave para que parecieran de Milka. Ni qué decir tiene que me enamoré de todo lo nombrado, y empecé a hacer fotos a todo.
El trayecto de aeropuerto-hotel
era de una hora y media larga, si mal no recuerdo, así que en ese tiempo pude hacer muchas fotos, incluso conseguí selfies con personas a las que no les gustan las fotos.
El bus nos dejó justo delante de la puerta de nuestro hotel; London City Hotel. 
La primera impresión del hotel fue mala, no me gustaba la calle(cosa que pensé que se me pasaría, pero no fue así), y tampoco me inspiraba mucha confianza la fachada de hotel; pero me dejé llevar por mis emociones y corrí autobús abajo a esperar tranquila 
y pasivamente que alguien bajase mi maleta del maletero.
Ese alguien no tardó mucho, y esta vez, ese alguien fue Óscar.
Cuando todo el mundo bajó su maleta entramos al hotel. Las puertas eran de estas de supermecado, ¿automáticas? Sí, creo que se llaman así. Al entrar todos los de recepción nos saludaron, en inglés, por supuesto, y pasados unos minutos nos dieron las llaves de nuestras respectivas habitaciones. 
La mía estaba en la primera planta, y era la 111. 
Los ascensores, que había dos, uno era para ocho personas, y otro para tan solo 4, que era el que nos pillaba más cerca de donde estábamos. Y, adivinad... Nos subimos seis personas en un ascensor de 4; los profesores empezaron a echarnos la bronca, pero ya era tarde, y tras unas cuantas sacudidas y movimientos bruscos del ascensor, llegamos a nuestra planta. 
Me di cuenta de que la puerta de lo que se suponía que era nuestra habitación, tenía una plaquita muy bien decorada en la que había inscritos dos números: 111 y 109, y ese hecho empezó a darme que pensar, al menos los segundos que tardaron las demás en girar el pomo de la puerta para abrir. 
Cuando abrieron la puerta vimos que había una habitación contigua a la nuestra, pero no le dimos mucha importancia.
Cuando abrieron la puerta de nuestra habitación nos topamos con cinco camas mal posicionadas, pero aún así de forma atrayente, y con un ventanal que ocupaba al menos la mitad de la pared. Mi primera idea fue elegir alguna de las que estaba abajo, pero mi mente se adelantó y me hizo pensar lo típico de las películas: ¿y si entra alguien? ¿y si les da por dejarla abierta y paso frío? Y ya no me dio tiempo a pensar más, porque empezaron a elegir camas; al final me quedé con la del medio, es decir, la más cercana a la ventana, pero no de las que estaban debajo de ella.
Estuvimos husmeando un poco el cuarto y el baño, muy desaliñado, por cierto, y dejamos las maletas allí.
Cuando salimos del hotel estábamos la mitad muertos de cansancio y de sueño, y acabamos moviéndonos por emociones(y así nos salió).
Los que salieron más deprisa se fueron a la entrada del hotel, y como todavía faltaban los profesores por bajar, los demás nos unimos a ellos y esperamos fuera también. Recuerdo que estábamos la mayoría de nosotros abajo, y pasaron dos chicos mal vestidos y con gorras al lado y pantalones cagaos', y una chica no tuvo nada mejor que decir: mirad, estos parecen los chunguitos del barrio. Y vale que no la entendieron, pero al decir eso, las 20 personas restantes exceptuándola a ella nos quedamos mirándolos, y de la nada esos chicos se giraron hacia nosotros y nos provocaron a acercarnos a ellos para que nos pegaran, a la misma vez que nos decían 'fuck you' y más insultos que no entendíamos... Se llevaron así unos cuantos minutos, y la tensión se cortaba con un cuchillo, pero al recordarlo después nos reíamos. Cuando los profesores bien creyeron oportuno aparecieron, y no sé dónde fuimos, sinceramente, estaba aturdida de todo el viaje y de estar allí y demasiado incrédula viéndolo todo que ni me lo creía.
Solo sé que cogimos la calle del hotel en línea recta, y empezamos a callejear. 
Pasamos por unos maceteros gigantes de los que me quedé prendada e hice dos fotos, y también por una iglesia o algo así, importante también, e hice otra foto, a prisas, por supuesto, porque todo el grupo no iba a esperar a cuatro personas que quisieran sacarse una foto...
Después de callejear un rato acabamos llegando a una explanada gigante con banquitos y mapitas por todos lados, y en la que a lo lejos se veía una de las torres del puente de Londres, o Tower Bridge.
Mi clase decidió bajar al embarcadero de esa explanada, justo al lado del río Támesis, pero era tarde, y estaba muerta, así que decidí quedarme con un amigo y una amiga y nos fuimos a sentarnos a un banco en el que a lo lejos se veía perfectamente el puente, y mientras mi clase veía el embarcadero, yo y estos dos hacíamos fotos. 
Detrás del banco había un hotel lujoso, del que caía agua de la pared: era de noche, apenas había gente, todo estaba en calma y en silencio, solo oíamos el rumor del agua caer y nuestra conversación, y solo veíamos las luces del puente y de esa pared de la que caía agua; ese, ese, por el momento, es mi rincón favorito de Londres. 
Tal vez fuera por lo mágico del primer día, por el cansancio y la tensión acumulados, pero me llegué a sentir totalmente en calma conmigo misma, como si hubiera vuelto a nacer por un momento. Y fue genial.
Cuando el resto de la clase volvió nos llevaron a un restaurante en una calle céntrica: el restaurante era un óvalo de luces, y con cristales transparentes. Era un restaurante italiano, y como italiano que era... ¡Pedimos pizza! 
Lo cierto es que a mis compañeros de mesa se les fue un poco la pinza con el tamaño, y nos encontramos con el tamaño de una pizza familiar para cada uno... O sea, seis pizzas familiares...
(aquí las impactantes fotos de las pizzas).
Mientras que llegaba la comida me dio por pensar. Y con el ajetreo del viaje y tal no había llamado a mi madre aún para decir que estaba bien, y encima se me había apagado el móvil hacía largo rato por falta de batería...

Tal como lo pensé hice el comentario, y creo que tenía tan mala cara que me ofrecieron un móvil y me obligaron a llamar. En cuanto llamé me lo cogió mi madre, y nada más escucharla no pude reaccionar de otra manera que no fuera pedir disculpas en bucle y hacer pucheritos. 
Y era cierto, lo sentía en serio, no puedo imaginarme la idea de dejar viajar a un hijo mío y que me diga que me va a llamar en cuanto llegue y no obtener llamada suya en todo el día...
No pude sentirme peor persona. 
Pero tampoco era culpa mía, no podía haber hecho otra cosa... 
Estuvimos hablando seis minutos y medio, y en esos seis minutos y medio mi estrés y mi tensión se vieron obligados a salir, y plof, empecé a llorar en una mesa llena de gente. 
De gente que nunca me había visto llorar. Y de gente que sorprendentemente no paraba de ofrecerme pañuelos y de murmurarme que era muy bonito eso que me estaba pasando. 
Cuando colgué, al poco tiempo llegaron las pizzas, y empezamos a comer, mientras, ellos mantenían una conversación en la que yo no participaba, pero me reía, sí, porque, eran personas que yo conocía, quisiera o no aceptarlo, y jodido destino, que me había llevado otra vez a ellas después de tantas veces decir 'de este agua no volveré a beber'.
Seguro que en vuestros respectivos cursos no falta la típica persona espabiladilla que quiere ser diferente al resto, ¿a que no? Pues en mi curso tampoco, y hubo la típica graciosilla a la que no le gustaban ni la pasta, ni la pizza, y era un restaurante italiano...
A los profesores les dio pena y decidieron ir a buscar un Burger King, pero habían como cinco personas que nos negábamos a recorrer Londres solo porque a una persona le diera por hacer la gracia, así que un profesor se vino con nosotros y nos fuimos en metro hasta el hotel. Mi primera experiencia en metro allí fue alocada. Los metros allí suelen cerrar a las doce, e íbamos con la hora en el culo, y para todos nosotros excepto para el profesor, era la primera vez que nos subíamos a un metro que no fuera de España.
En el metro estuvimos creo que tres paradas dentro, y luego, al salir, en un semáforo muy cercano al hotel, vimos cómo llegaban el resto de nuestros compañeros y profesores. 
Después de eso nos fuimos al hotel, cada uno a su habitación, y poco tiempo después ya la empezaron a liar. Y digo empezaron, porque soy una persona tan sumamente tranquila que ni en los viajes de fin de curso la lía. 
Me puse a cargar el móvil, y mientras fui a la habitación más cercana que teníamos, sin contar la 109, qué, adivinad, pertenecía a dos profesores. 
Estuve inspeccionando la habitación 113 y vi que era mucho más amplia que la que nos había tocado a mis compañeras y a mí, y me fijé en que alguno de mis amigos ya había puesto la bandera de un equipo de fútbol en la pared. No estuve mucho tiempo allí, porque me echaron, no literalmente, pero la acción que tuvo un amigo conmigo no me gustó, y decidí irme. Esa noche sé que pasó algo con unas habitaciones, en plan, que mis compañeros estuvieron llamando a todas las puertas de las habitaciones del hotel para encontrarnos al resto de compañeros, y que dos parejas fueron a quejarse a recepción y un chino empezó a perseguir a los de mi curso por el pasillo y diciéndoles que no corrieran, pero eso son todo cosas que me han contado; yo en esos momentos aún no creía estar a kilómetros de mi casa, y seguía fantaseando(despierta o dormida, no lo sé)sobre ello.









viernes, 23 de mayo de 2014

¡Más vale tarde que nunca, y aquí estoy yo para recordároslo! (Y espero estar por mucho más tiempo).
Mi ausencia de estas semanas se ha originado por algo que ha valido mucho la pena... Pero mucho mucho... ¡He estado visitando Londres! Así es, he estado en Londres 4 días, y antes de esos 4 días, estuve de exámenes, de maletas... Bueno, el pequeño cajón de los DESASTRES de Pat, ya lo dije...
Estoy haciendo un diario de viaje(sí, ahora, porque en mi estancia allí no tuve tiempo), que publicaré en cuanto acabe, que espero que no tarde mucho, por cierto.
Ah, compré varias cositas, y estuve visitando el Primark de Oxford Street...
Tengo tantas cosas que decir que no sé ordenar mi mente para que formule cosas con sentido; así que solo diré que me he enamorado de Londres, que Madrid ya no es la ciudad más bonita que conozco, y que espero volver, pronto, más de lo que todos os pensáis.
(Os dejo esta foto solo para intentar abriros 'el apetito' de todo lo que viene tras ella)

martes, 6 de mayo de 2014

Por trece razones - Jay Asher.

¡Hola cielos!
Ya dije que era una rata de biblioteca hace algunos post, y ... ¡He terminado otro libro!
El libro se llama Por trece razones, y me ha abierto un poquito más los ojos hacia temas que no ignoraba, pero que sí que pasaba de ellos de vez en cuando.
Os dejo con su reseña:

Título: Por trece razones.
Autor: Jay Asher.
Editorial: Pocket Ámbar.
Argumento: A veces hacemos las cosas sin pensar, sin pensar en cómo pueden afectar a otros nuestras acciones o nuestras palabras, y lo cierto, y lo triste, es que lo hacemos demasiado a menudo.
Nadie nunca pensó en Hannah Baker, y si lo hizo, no se lo dijo, y ese fue el error. Hannah empieza su vida de cero, en otra ciudad, otro instituto, y se da cuenta de que las cosas no le van como pensaba.
Hannah toma una decisión, y en su decisión, la decisión de cambiar la vida de otras trece personas para siempre. Clay Jensen, un adolescente de instituto normal, llega a casa y encuentra un paquete lleno de cintas de casette, de cintas de casette que van a cambiar su vida y la de otras tantas personas. Cintas en las que escucha la voz de una adolescente, ex compañera de instituto, que se suicidó hace semanas. A Hannah no se molestaron en oírla con vida, pero que esté muerta no va a hacerla callar...

"Si escuchas una canción que te hace llorar y no quieres llorar más, no vuelves a escuchar esa canción. Pero no puedes escaparte de ti misma. No puedes decidir no verte más. No puedes decidir apagar el ruido de tu cabeza."


Opinión personal: Es el primer libro que leo de Jay Asher y ya estoy deseando devorar otro de él, me encanta la forma que tiene de contar las cosas y ciertos detalles del libro que podréis observar si lo compráis en físico. La historia me ha mantenido en vilo varias semanas, y me ha dejado intrigada hasta el punto de quedarme leyendo hasta las 2 de la mañana sabiendo que al día siguiente madrugaba. Es de ese tipo de historias que todos deberíamos leer alguna vez en la vida.
Totalmente recomendable. 

¿Os gusta leer? ¿Qué tipo de libros leéis? ¡Espero haberos despertado la curiosidad por esta conmovedora historia!




viernes, 2 de mayo de 2014

¡Mini compra!

¡Hola!
Sí, un poco tarde, pero, ¡hola! Sinceramente la última vez que dije que íbais a tener dos entradas o más en la misma semana, cuando fui a escribirlas, pues no me apetecía, y como no soy de hacer nada obligada, no las publiqué.
En la entrada de hoy me paso para enseñaros las últimas cositas que he comprado: 

 Este gloss fue fruto de que una amiga me informó de que en Essence había ofertas de algunas cosas, y como yo soy amante de los gloss, pintalabios y pintauñas rojos... No me pude resistir.
Su precio fue de 1,29€.
¿No os parece genial?
Creo que este producto ya os lo enseñé una vez, solo que os enseñé uno de Kiko, pero como no estoy segura, os cuento cómo va.
Es un quitaesmaltes, como veis, tipo botecito, que tiene cuatro esponjitas cortadas, con un agujero en medio de ellas, y con acetona empapada en éstas.
La idea es que al meter el dedo y rozarlo con una pared de las esponjas, acabes sin esmalte.
Debo admitir que comparando este y el de Kiko, me quedo mil veces con este, ya que después de usarlo se te queda un olor súper sjabsha en las uñas, y encima cuesta mucho menos que el de Kiko.
Su precio fue de 3,79€.

Y por último estos dos monederos de los que estoy enamorada: 
Ambas son de Pull and Bear, y me costaron 2,99€ cada. ¿No os parecen una monada?*-*

¡Hasta el próximo post!